sábado, 4 de diciembre de 2010

No paraba de dar vueltas y girar sobre sí misma. A veces cerraba los ojos para no marearse y otras se hacía la valiente y los abría. Los árboles se distorsionaban en grandes trazos verdes mientras ella no frenaba. Y de todos modos, sabría que se caería tarde o temprano, pero en el fondo…igual era eso mismo lo que quería. Caerse y probablemente hacerse daño, pero no tanto. Y efectivamente, se cayó al suelo y se quedó allí tumbada encima de todas esas hojas secas, con los ojos muy apretados. Se dio la vuelta y acarició las hojas secas; cogió un puñado de ellas y las machacó. Sonrió y en su interior sintió que eso había sido siniestro, pero ya le habían dicho tantas veces esa palabra que lo había empezado a tomar como un halago. Así que se levantó, se sacudió su vestido pomposo y se subió los calcetines blancos hasta las rodillas. Y con cierta rabia se fue de allí mientras bailaba con los árboles y los copos de nieve que estaban cayendo. Ella era así de bipolar ¿qué esperabas?

martes, 30 de noviembre de 2010

Sho-sho-shout.

Gritar. Oh dios mío, que agradable sensación. A ella le encantaba mirarse en el espejo de su habitación y observar en los momentos de euforia su expresión de auténtica felicidad cuando esbozaba la sonrisa más grande del mundo, y al menos a ella se lo parecía así, y así era como se sentía incluso mejor consigo misma. Qué tonta llegaba a ser, y que risueña, y que niña. Ella soñaba con ser como Amélie, por ello, desde que vio a su gran mito en esa película tan extraña, le encantaba pensar que clase de pequeños placeres le podrían gustar a ella. Ya se le habían ocurrido muchos. Uno de ellos era gritar. Oh dios mío, que agradable sensación. También le gustaba mucho coger una linterna e imaginar que era un micrófono y cantar, cantar lo más alto que podía y sobretodo, sintiéndolo en cada tejido de su piel morena. Pero nunca sabía si lo podría considerar un pequeño placer de la vida, aunque seguía haciéndolo todas las tardes.

martes, 2 de noviembre de 2010

amar y fumar a medias


                 
Aprieta el cigarrillo entre sus dedos y le da una última calada. Quiere meterse el humo dentro. Alojarlo dentro de los pulmones. Sonríe y pequeñas volutas de ceniza gris se posan en su falda de flores. “Fumar puede matar”  Claro, ¿y qué no? El amor destruye, consume, daña, te hace sangrar, y llorar, y desear morirte…A pesar de todos esos riesgos los labios de Daniel no llevaba escritos “Amar puede matar”. Y bien que le hubiera hecho falta. Ahora por doler, le duele hasta recordar. Le duelen las tazas de café a juego y la cama doble de matrimonio. Le duele la mejilla que él besaba antes de irse a trabajar.
-¿Estás bien, Ann?
Levanta los ojos pintados con maquillaje barato. Agotada física y emocionalmente. Claro que no estoy bien, capullo. Me ha dejado mi marido ¿es que no lo ves? Quiero vomitar todo lo relacionado con él, arrancarme esa mitad de la cabeza y el corazón que le pertenecían, cortar sus corbatas con tijeras de cocina.
-Sí, estoy perfectamente.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Puta pesadilla.

Y entonces, te escondes, y lloras, y te tapas, y te mueres, y te consumes, y gritas, y chillas, y te desgarras, y revientas, y explotas, y desconfias, desconfian, y te proteges y te desvaneces en el aire y entonces te ríes, y sonríes, y te vuelves falso, y abrazas, y besas, y corres, y te caes, y sangras, y te mareas, y te desmayas, y despiertas y vuelves a esconderte, y huyes, y tienes miedo, y te da pánico, y sueñas, y es una puta pesadilla. Y cambias, sobretodo, cambias. Pero no quieres, y lloras. Y vuelves a esconderte y..

lunes, 13 de septiembre de 2010

Iris

Ella se lame los dedos. Muy despacio. Saborea el chocolate cómo si fuera el último de su vida. Tal vez lo sea.
-Iris, Iris…No sé si es bueno que comas tanto de eso-dice en un tono severo. Para Magnus refugiarse en una pequeña discusión es lo único que lo apetece ahora. Pelearse es normal, pelearse no tiene nada de triste o raro.
-Cierto. Dicen que el tomar mucho chocolate te pone enferma, pero yo ya lo estoy ¿qué puedo perder?
Tras esta breve reflexión comienza con el bizcocho y los lacasitos, con el chocolate caliente y las galletas, hasta se atreve a probar un poco de regaliz negro que naturalmente no le gusta. El reloj de cuco marca las doce de la noche e Iris se echa a llorar en medio de todas sus golosinas.
-¿te das cuenta de que solo me quedan ocho horas de vida?
-¿Cómo que ocho horas? Solo tienes veinte años, desgraciadamente todavía me quedan unos setenta a tu lado…-la abraza por detrás intentando cubrir los sollozos y las convulsiones con un manto de amor y esperanza que ni él se cree.
-Me quedan ocho horas para ingresar en el hospital. ¿Cuanto crees que duraré ahí dentro? Y si lo hago, ¿consideras vida estar enganchado a una máquina que respira por ti? Odio esta sensación. La odio. Y el jodido chocolate tampoco ayuda. Esperaba poder emborracharme un poco para olvidar toda esta película de terror, pero se ve que solo funciona con el alcohol…
Él se ríe y ella le acompaña. Parece un momento feliz si no fuera porque Iris siente un curioso dolor en el estómago y Magnus llora a lágrima viva.
-Amor…-susurra la pequeña enferma.
-Dime.
-Creo que voy a vomitar.
Sale despedida hacia el baño y le prohíbe la entrada, necesita cinco minutos de intimidad con el postre. Al salir está pálida y un mechón sudoroso le tapa el ojo izquierdo.
Quizá eso de emborracharse a chocolate no sea tan agradable como dicen.

viernes, 3 de septiembre de 2010

100 cosas que hacer antes de morir


Están abrazados con tanta fuerza que parecen una sola persona. Hace mucho, muchísimo que no se veían, tanto que ambos se sorprenden por las cualidades del otro.
“¿Desde cuando es tan alto?” “¿Desde cuando es tan guapa?”
En ese momento las palabras sobran, sonarían demasiado huecas comparadas con los brazos enredados alrededor de la cintura y el aliento de él sobre su nuca. Hasta les da miedo sonreír  o apretar con demasiada fuerza, quién sabe si todo eso no será un sueño frágil.
Leo piensa que le encantaría coger todo eso y meterlo en un tarro de cristal, de esos de mermelada, de esos que son casi imposibles de abrir. Cuando tuviera miedo o necesitase sentirse especial lo miraría y se daría cuenta que alguien, en algún punto del planeta, la quiso tanto como para abrazarla medio desnuda en un carretera desierta.
-¿A dónde querías ir?-le pregunta él en un tono que contiene tantas emociones que se desborda y tiembla. No deja de estrecharla contra su pecho ni un segundo, piensa que si lo hace podría salir volando y perderla.
-Intentaba cumplir uno de mis objetivos…-tartamudea a causa del frío, es un 1 de Diciembre demasiado invernal como para ir en ropa interior y con una toalla húmeda.
-¿Es esa tontería que me contaste esta mañana?
-No es ninguna tontería. No me convertiré en el tipo de personas que leen el periódico y trabajan ocho horas para después llegar a su casa y preguntarse que han hecho con su vida. No esperaré a que se me ofrezcan oportunidades para ser feliz ¿me oyes? Yo voy a crear esas oportunidades.
Lo dice con tanta decisión, esperanza e ilusión que los ojos le brillan. También tiene unos dieciséis años muy maduros e infantiles a la vez, es una niña que colecciona bolas de nieve y compra ropa interior de encaje.
-¿Y qué intentabas esta vez, pequeña Robinson? Además de conseguir asustarme y casi ahogarte.
Recuerda veinte minutos antes. Los labios azules y el pelo mojado, la corriente alejándola de él, la ropa arrastrándola hasta el fondo…No, nunca ¿me oyes tú Leo? Escúchame, jamás conseguirás librarte de mí, aunque te apetezca morir ahogada en invierno. Nuncanuncanuncanuncanunca.
-Echaba una carta en botella.
-¿Acaso has naufragado? Si tú serías capaz de convencer a la isla de que echase patas y te llevase a donde quisieras.
- Escribí algo que me pareciera especial y lo puse en una botella vacía de vino. ¡Seguro que cuando lo encuentre alguien le ayudará! A veces las palabras adecuadas pueden salvarte del naufragio.
 -¿Qué ponía?
Leo se zafa del abrazo y le mira con las manos en las caderas, está indignada por la estupidez de su acompañante. Tan enfadada está (o quizás sea a causa del agua) que las puntas de su pelo corto se le rizan y le dan un aspecto de duende travieso.
-Es cómo contarle a alguien qué pediste en tu cumpleaños al soplar las velas o que deseo le dijiste a una estrella fugaz. Quién la encuentre por casualidad sabrá que pone pero si te lo contase… ¡perdería la magia! Y perder la magia es lo peor que le puede ocurrir a una carta en botella, imagina que triste se sentiría al saber que le han quitado lo que más quería.
-Yo he estado a punto de eso.
Se produce una pausa larga antes de que ella comprenda lo que quiere decir y de que Cristian la vuelva a envolver entre besos inocentes y caricias tranquilizadoras. Este nuevo abrazo oculta un significado distinto al anterior.


jueves, 2 de septiembre de 2010

100 cosas que hacer antes de morir

Llovía, como de costumbre. En aquel pueblo dejado de la mano de Dios, era de muy costumbre el llover. Y a Leo, como siempre, sentada en el marco de la ventana, observaba con ojos brillantes como las gotas de agua caían desenfrenadas, libres, sin nadie que pudiera pararlas. Le encantaba la lluvia, esa era una de las razones por las que le gustaba tanto aquel pueblecito. Miles de imágenes inundaban su cabeza, sus pensamientos, muchas de ellas no tenían si quiera sentido, pero a ella no le importaba…era demasiado alocada, era al fin y al cabo, su especialidad, cosas sin sentido, pero preciosas de todos modos. Bajó la mirada y observó su camisón de raso blanco, tan delicado. Algo le rondaba la cabeza desde hacía varios días, y las noches en vela le empezaron a suponer algo insoportable además de las visibles sombras amoratadas debajo de sus grandes ojos claros. Sabía que con solo 16 años, pensar en la muerte, era algo absurdo, era algo lejano, pero la entristecía mucho. Todas las noches en las que la casa se quedaba en silencio, ella pensaba en todas esas personas que morían sin poder haber cumplido todos sus sueños. Toda esa gente que antes, tenía metas, tenía locuras que les hubiera convertido en las personas más felices del mundo de haber podido cumplirlas. Y sin embargo, habían desaparecido de este mundo, apenas sin aviso, sin una señal de alarma.
Esa noche de lluvia en especial se sintió más valiente que nunca y una punzada en el corazón le hizo abrir los ojos ante aquel miedo, y así, enfrentarse a él. Se levantó alisando las arrugas de su camisón y se dirigió a su escritorio. Se sentó, tomó en mano un lápiz y fijó la vista en el trozo de papel que tenía delante en ese preciso instante. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Leo comenzó a escribir y se paró en el número cien. Lo pensó durante al menos quince minutos, pero consiguió dar con el sueño más acertado de todos. Escribió la última letra mientras sonreía risueña. Probablemente a la gente le parecería infantil, inmaduro o una pérdida de tiempo…pero para ella, hacer una lista con las cien cosas que hacer antes de morir, suponía la mayor aventura a la que estaba dispuesta arriesgarse. Cogió el trozo de papel, y lo releyó unas cinco veces antes de que los párpados comenzaran a cerrarse y el sueño acumulado de esos días de miedo e incertidumbre diese como recompensa una noche de paz completa. Aquel 23 de Noviembre fue el principio de una de sus muchas locuras. Abrió el papelito y leyó en silencio la primera cosa que hacer antes de morir, la número uno.
-Cortarme el pelo por los hombros- Frunció el ceño. En realidad, eso suponía un sacrificio…pequeño, pero de todos modos lo era. Su pelo rojo y rebelde le caía como una bonita cascada hasta el final de la espalda y ella sin embargo, quería cortárselo, así, como quien no quería la cosa. Pero era Leo, no una chica cualquiera, y ella, incluso con sus miedos y sus preocupaciones, podía llegar a ser muy dispuesta en cuanto apareciese algo que la sacase de la fría rutina. Así que, alisó las arrugas de su frente y la sustituyó por una sonrisa amplia y en cierto modo, maliciosa. Rebuscó entre los armarios del dormitorio de su madre y encontró el costurero. Cogió unas tijeras y las abrió colocándose un mechón rojo entre ellas, y con un pequeño temblor en la mano derecha, “trash”. Caían, con prisas y desesperación. En el suelo, se ahogaban en un montón de pelo rojo. Leo dejó caer las tijeras con cuidado encima de aquel montón. Alzó la mirada y se miró en el espejo. Ahora era distinta, tenía un aspecto más salvaje. Incluso sus pecas inocentes resaltaban más desde su nariz pequeña. Despegó un poco los labios, al observar el cambio, satisfecha. Cogió de su bolsillo su pequeño tesoro, se apoyó en la pared y con un lápiz de ojos negro que encontró encima del tocador de su madre, tachó lentamente la primera frase de su gran lista. Respiró profundamente cerrando los ojos…y al abrirlos, sonrió dejando entrever sus dientes blancos y perfectamente colocados. Estaba feliz. Sabía mejor que nunca que aquel trocito de papel, pequeño y arrugado, iba a ser su mejor amigo a partir de ese mismo momento, y se sintió satisfecha. Más satisfecha que nunca.

Isabelle

El timbre resonó en su oído. Mientras estaba a la espera de que le abriesen la puerta hacia el fariseísmo total y absoluto, se alisó el vestido con cierta rapidez, y se peinó el pelo lleno de tirabuzones perfectamente definidos. Su vestido era probablemente de un color azul tan apagado como ella. Se estaba empezando a marear de pensar en la idea de tener que dar tantas explicaciones sobre su desaparición del mundo del cotilleo. Tendría que enfrentarse a todas las preguntas, con la cabeza alta y con cierta resignación en las palabras que pronunciaría aquella noche. Se abrió la puerta, finalmente. Sonrió ampliamente, y pensó para sí misma que tras haber ensayado toda la tarde aquella maldita sonrisa, le había salido mejor de lo que esperaba.
-¡Isabelle! Querida, qué agradable sorpresa, ya pensé que ni aparecerías por nuestro pequeño convite…ya sabes, las malas lenguas hablan mucho de tu ausencia…pero aquí estás tú para callarlas, ¿no? Y tan guapa como siempre, por lo que veo. –saludó Juliette tan efusiva como siempre. Isabelle apretó los dientes con fuerza y se escondió las manos detrás de la espalda formando un puño con ellas, con una rabia que quería dejar salir.
-Muchas gracias, Juliette. Pues, en realidad, las malas lenguas no son para mi persona de gran repercusión, así que puedes estar tranquila que no me afecta en absoluto. Y tú también muy guapa, ¿eh? –respondió, dejando escapar en una dosis diminuta esa rabia contenida.
Pasaron horas y horas, o al menos eso le pareció a Isabelle. Como era de esperar, miles de preguntas le acribillaron la cabeza, una detrás de otra pero la que más le pudo doler de todas fue la razón del por qué Thomas se había “mudado” tan lejos. Thomas...la mitad de su corazón, o quizás su corazón entero. Se había marchado. La había dejado vacía, fría…pero había aprendido a vivir sin él. Y también sin nadie. Había aprendido a guardarse su dolor, su amargura, en lo más profundo de su alma. Había aprendido a guardar las apariencias. Y todo ello, la había aislado del mundo. Pero era mejor así. Mejor sin nadie más que le pudiera hacer daño. Y contrarrestó aquellas respuestas llenas de sufrimiento con copas. Copas, copas, copas…
Isabelle nunca bebía, no le gustaba. El alcohol para su hígado le resultaba nefasto, y lo notaba demasiado en cualquier bebida. Por eso lo evitaba siempre que podía, excepto aquella noche. Ese suave champagne, que se inyectaba en el cuerpo con cada cuestión, acabó por comenzar a marearla seriamente. Se quitó la fina rebeca de seda negra que llevaba encima, comenzó a sudar y se agobió. Se agobió tanto que tuvo que disculparse para salir corriendo hacia el baño y allí explotó. Lágrimas. Lloró como no lo había hecho en meses, lloró a borbotones, desconsoladamente. Se había entrenado todo ese tiempo y realmente pensaba que ya estaba preparada para poder enfrentarse a esos recuerdos. Pero no. Se equivocó y le dolió casi tanto como cuando él se fue. Pero algo la alarmó mucho más. Había destruido toda esa fuerza para guardar absolutamente todo lo desagradable, y lo peor de todo es que se había dado cuenta justo al acabar de derramar la última lágrima de que alguien estaba allí. Parecía casi esperándola a abrir la puerta y salir a contarle todo. Se disgustó muchísimo y rezó todo lo que sabía para que no fuera una de esas “malas lenguas”. Respiró profundamente y con lentitud comenzó a abrir el pomo de la puerta…

Isabelle.

Dejó con cuidado la taza de café con leche en el plato, haciendo un ruido leve. Cogió un pañuelo de tela y limpió el carmín que los labios exquisitos de Isabelle habían depositado en el borde de aquella porcelana tan blanca. Cogió el sobre que había justo al lado de su puntual merienda de las 3. Se lo acercó a la nariz, e inspiró profundamente…Definitivamente, era una invitación de Juliette. Siempre perfumaba sus invitaciones con un aroma de lavanda. Suspiró tranquilamente. Qué poco le apetecía acudir a una fiesta como las de Juliette. Siempre tan hipócritas, tan brillantes y tan perfectamente detalladas. Su mente recordaba tímidamente esas copas de la cristalería más cara de Inglaterra en las que servían un suave champagne. Las risas falsas, las miradas incómodas, los cotilleos discretos, los vestidos deslumbrantes…pero probablemente lo que le hacía más daño era que todas esas cosas podía soportarlas, y siempre lo había hecho por él. Pero ya no estaba, se fue. Ni si quiera tuvo la valentía de mirarla a los ojos y explicárselo. Ni si quiera se dignó a poner una excusa. Ni si quiera se despidió, ni le dejó tener la oportunidad de disfrutar de sus ojos una última vez…Abrió el sobre con más rabia de la requerida y leyó con amargura cada letra con una perfecta caligrafía hasta el punto final. Tiró con fuerza el papel y el sobre perfumado al suelo, quizás con toda la que tenía en sus delgados brazos. Bajó la vista al suelo y observó como una gota había manchado la alfombra de dibujos abstractos en colores pardos. Se le había caído una lágrima, sin previo aviso. Se miró la mano y se propinó una fuerte bofetada en la cara. Recomponiéndose, como si no hubiera pasado nada, se dirigió a su habitación y abrió el armario. Al fin y al cabo, tendría que elegir un buen vestido, ¿no?


PD: Alguien se ha metido en nuestro blog y borrado todas las entradas así que vamos a subirlas de nuevo...muchas gracias a todos u.u

Algodón de azúcar para tí.

Mi foto
El país de las letras., Laponia, Norway
-Cocinera de galletas en forma de animales.