jueves, 2 de septiembre de 2010

100 cosas que hacer antes de morir

Llovía, como de costumbre. En aquel pueblo dejado de la mano de Dios, era de muy costumbre el llover. Y a Leo, como siempre, sentada en el marco de la ventana, observaba con ojos brillantes como las gotas de agua caían desenfrenadas, libres, sin nadie que pudiera pararlas. Le encantaba la lluvia, esa era una de las razones por las que le gustaba tanto aquel pueblecito. Miles de imágenes inundaban su cabeza, sus pensamientos, muchas de ellas no tenían si quiera sentido, pero a ella no le importaba…era demasiado alocada, era al fin y al cabo, su especialidad, cosas sin sentido, pero preciosas de todos modos. Bajó la mirada y observó su camisón de raso blanco, tan delicado. Algo le rondaba la cabeza desde hacía varios días, y las noches en vela le empezaron a suponer algo insoportable además de las visibles sombras amoratadas debajo de sus grandes ojos claros. Sabía que con solo 16 años, pensar en la muerte, era algo absurdo, era algo lejano, pero la entristecía mucho. Todas las noches en las que la casa se quedaba en silencio, ella pensaba en todas esas personas que morían sin poder haber cumplido todos sus sueños. Toda esa gente que antes, tenía metas, tenía locuras que les hubiera convertido en las personas más felices del mundo de haber podido cumplirlas. Y sin embargo, habían desaparecido de este mundo, apenas sin aviso, sin una señal de alarma.
Esa noche de lluvia en especial se sintió más valiente que nunca y una punzada en el corazón le hizo abrir los ojos ante aquel miedo, y así, enfrentarse a él. Se levantó alisando las arrugas de su camisón y se dirigió a su escritorio. Se sentó, tomó en mano un lápiz y fijó la vista en el trozo de papel que tenía delante en ese preciso instante. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Leo comenzó a escribir y se paró en el número cien. Lo pensó durante al menos quince minutos, pero consiguió dar con el sueño más acertado de todos. Escribió la última letra mientras sonreía risueña. Probablemente a la gente le parecería infantil, inmaduro o una pérdida de tiempo…pero para ella, hacer una lista con las cien cosas que hacer antes de morir, suponía la mayor aventura a la que estaba dispuesta arriesgarse. Cogió el trozo de papel, y lo releyó unas cinco veces antes de que los párpados comenzaran a cerrarse y el sueño acumulado de esos días de miedo e incertidumbre diese como recompensa una noche de paz completa. Aquel 23 de Noviembre fue el principio de una de sus muchas locuras. Abrió el papelito y leyó en silencio la primera cosa que hacer antes de morir, la número uno.
-Cortarme el pelo por los hombros- Frunció el ceño. En realidad, eso suponía un sacrificio…pequeño, pero de todos modos lo era. Su pelo rojo y rebelde le caía como una bonita cascada hasta el final de la espalda y ella sin embargo, quería cortárselo, así, como quien no quería la cosa. Pero era Leo, no una chica cualquiera, y ella, incluso con sus miedos y sus preocupaciones, podía llegar a ser muy dispuesta en cuanto apareciese algo que la sacase de la fría rutina. Así que, alisó las arrugas de su frente y la sustituyó por una sonrisa amplia y en cierto modo, maliciosa. Rebuscó entre los armarios del dormitorio de su madre y encontró el costurero. Cogió unas tijeras y las abrió colocándose un mechón rojo entre ellas, y con un pequeño temblor en la mano derecha, “trash”. Caían, con prisas y desesperación. En el suelo, se ahogaban en un montón de pelo rojo. Leo dejó caer las tijeras con cuidado encima de aquel montón. Alzó la mirada y se miró en el espejo. Ahora era distinta, tenía un aspecto más salvaje. Incluso sus pecas inocentes resaltaban más desde su nariz pequeña. Despegó un poco los labios, al observar el cambio, satisfecha. Cogió de su bolsillo su pequeño tesoro, se apoyó en la pared y con un lápiz de ojos negro que encontró encima del tocador de su madre, tachó lentamente la primera frase de su gran lista. Respiró profundamente cerrando los ojos…y al abrirlos, sonrió dejando entrever sus dientes blancos y perfectamente colocados. Estaba feliz. Sabía mejor que nunca que aquel trocito de papel, pequeño y arrugado, iba a ser su mejor amigo a partir de ese mismo momento, y se sintió satisfecha. Más satisfecha que nunca.

2 comentarios:

  1. Qué guapa es Leo, da igual como lleve el pelo...

    Una pelirroja salvaj, sexy y dulce al mismo tiempo frenada en su paso...

    Estoy deseando ver cómo se dan las siguientes aventuras de la lista!!!

    Deberia hacer una :D

    Me encantó

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  2. Encantadora, la historia de esta chica…
    ¿La seguirás?, ¿Conseguirá cumplir las 99 cosas restantes?, ¿habrá alguna más compleja, más adecuada para otras edades?

    No hace falta que contestes, me pasare religiosamente mientras pueda, a seguir disfrutando de tus historias.

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